El abogado juega un papel similar al de un sastre al asesorar a los clientes en la celebración de un negocio. Debe tomar en cuenta las necesidades especiales del cliente.
Este artículo no tiene como propósito dar una larga explicación legal y técnica sobre los contratos, ni dar un sinfín de definiciones sacadas de libros de texto. El propósito de este artículo es compartir con ustedes, mi experiencia con relación a lo que un contrato representa para las partes que lo celebran, lo que las partes buscan al celebrar un acto jurídico (más allá de obligarse a sus términos y condiciones), así como el papel que debe jugar el abogado en los procesos de asesoría, redacción, celebración y negociación de los contratos y demás actos jurídicos.
Lo anterior me lleva a recordar mi época como estudiante de la licenciatura en derecho, cuando frecuentemente escuchaba mis profesores comparar la labor de los abogados con el trabajo de los médicos, ya que ambos deben tener conocimiento de las cuestiones más íntimas de sus clientes o pacientes para poderlos ayudar, por lo que hacen preguntas que en ocasiones pueden resultar incómodas, pero cuya respuesta es necesaria para brindar la ayuda que los pacientes o los clientes requieren. La comparación anterior en ocasiones puede resultar muy atinada, pues en efecto al abogado suelen acudir personas con problemas importantes que pueden afectar y poner en riesgo su patrimonio y/o su libertad. Dichos problemas son resultado de circunstancias propias de cada caso que el abogado debe desmenuzar para poder analizar y así dictaminar la estrategia jurídica que habrá de seguir para ayudar a su cliente. Asimismo, al médico acuden pacientes con problemas de salud que ponen en riesgo a la misma e incluso pueden poner en riesgo la salud de los demás, Al igual que los clientes del abogado, los pacientes del médico tienen síntomas que son resultado de circunstancias propias que el médico deberá analizar para brindar la ayuda que el paciente necesita.
Sin embargo, no siempre la conducta de un abogado concuerda con la comparación anterior, ya que en varias ocasiones el abogado se encuentran situaciones profesionales que en sí no representan una problemática legal, ni un litigio, ni demás situaciones que requieran una actitud tan inquisitiva y que motiven al abogado a indagar en las entrañas de los hechos ocurridos o de aquellos de los que son parte de sus clientes. En otras palabras, el abogado tiene dos formas de actuar: (i) la preventiva; y (ii) la contenciosa, siendo en esta última que su actuar se pueda comparar con la de un médico que busca combatir una enfermedad o el malestar de algunos de sus pacientes.
En ocasiones el abogado actuará de manera preventiva, ayudando a sus clientes a reducir riesgos jurídicos que se puedan derivar de negocios o de sus actividades presentes o futuras, o bien auxiliará a sus clientes para evitar que éste incurra en irregularidades y para que las actividades realizadas por su cliente se apeguen a la norma aplicable. Este tipo de conducta preventiva del abogado se ve con mayor regularidad en el mundo de los negocios. Sin embargo, también en este mundo existen los “asegunes” para los abogados que deben idear la estructura y el contenido de contratos mediante los cuales se buscará proteger los intereses y el patrimonio sus clientes, pues el rol de los abogados puede y deberá cambiar con respecto al tipo de negocio y al cliente que esté asesorando, ya que deberá combinar una serie de habilidades para lograr crear un documento que probablemente sea nuevo al menos en cuanto a sus términos y condiciones, es decir, para crear un “traje contractual” que vista al negocio, buscando llevar a cabo el proyecto que pretende su cliente de una forma correcta y especial. Es decir, la manera en que se realizará el negocio deberá ser legalmente viable y a la vez deberá cubrir los requerimientos y necesidades especiales de cada una de las partes (especialmente las de su cliente) dentro de dicho negocio.
Dicho de otra forma, la función del abogado de negocios, en especial durante la asesoría, elaboración y negociación de los documentos propios de las actividades de sus clientes y en especial de los contratos que estos requieran celebrar, es similar a la de un sastre.
Como se dice popularmente, cada mente es un mundo y cada persona tiene sus propias formas de hacer las cosas, sus propios gustos y caprichos. Ello no es ajeno el mundo de los negocios ni al mundo de la moda. En ambos encontramos que el dicho “en gustos se rompen géneros” tiene perfecta vigencia. Dentro del mundo de la moda encontramos una gama inmensurable de combinaciones de formas, colores, cortes, tipos, tamaños, accesorios, etcétera; prendas que son del gusto de algunos y del desagrado de otros y en ocasiones, dichas prendas son adquiridas para cubrir una necesidad física o fisiológica cómo cubrir del frío o de la lluvia, ayudar a la vista de un sujeto con algún problema óptico, más allá de si son del gusto o no de quien las adquiere, o incluso en muchas otras ocasiones busca satisfacer otro tipo de necesidades de tipo subjetivas, como lo sería adquirir una prenda simplemente para que combine con algún accesorio. Igualmente, dentro del mundo de los negocios encontramos una gran diversidad de requerimientos, prácticas propias de cada industria o negocio, necesidades especiales y en ocasiones hasta caprichos de los clientes, los cuales podrán instrumentarse en los documentos propios del negocio, siempre y cuando no sean contrarios a derecho.
La creación de una empresa es un ejemplo típico en el cual el abogado se encuentran de un trozo de tela jurídica virgen a la que pronto le será dada la forma, el color y el corte que el cliente busca. Tanto en la constitución de una empresa como en la elaboración de un traje, los requerimientos como a las necesidades especiales y los caprichos del cliente deben tomarse en cuenta para llevar a cabo ambas tareas.
En algunas ocasiones el cliente puede tener ciertas experiencias previas que le brinden un mayor nivel de conocimiento sobre lo que quiere, en cuyo caso es muy probable que indique al abogado lo que busca con un mayor nivel de precisión en comparación con clientes que no cuentan con dichas experiencias anteriores. En otras ocasiones, tanto el sastre como el abogado deberán indagar un poco sobre la finalidad del traje y en el caso del abogado, sobre la finalidad de la empresa, es decir, el abogado debe indagar sobre lo que el cliente busca llevar a cabo con su creación.
En ese sentido, es normal que el sastre lleve a cabo ciertas preguntas como pudieran ser “¿será un traje para una boda en la playa?, ¿será un traje para el trabajo? ¿el traje lo necesita para un evento de gala?”. El abogado, en su lugar preguntará “¿la empresa será una prestadora de servicios?, ¿la empresa será una sociedad cooperativa, una fundación sin fines de lucro, o una sociedad mercantil?”. Cabe mencionar que en este punto el cliente deberá tener mucha comunicación con el sastre y con el abogado para poderle expresar perfectamente qué es lo que busca, cuáles son sus necesidades, sus gustos y como dijimos anteriormente, hasta sus caprichos; ello para que el sastre pueda tener, y hace un traje a la medida que lo viste para la ocasión, y en el caso del abogado, para que éste pueda crear un traje a la medida que vista la operación o el negocio que va a realizar su cliente. Una vez determinada la finalidad tanto el traje como la finalidad de la empresa, el sastre y el abogado empezarán a tener una mejor idea el corte y los materiales utilizarán en el traje, o en la empresa que se constituirá, y ambos profesionales podrán hacer recomendaciones a sus clientes basándose en su experiencia y conocimientos. El sastre podrá recomendar para el trabajo un traje recto de 2 botones, de un color sobrio, quizá gris obscuro, con una camisa blanca y una corbata guinda, mientras que el abogado podrá recomendar la constitución de una sociedad anónima de capital variable, con un esquema donde el control de la empresa lo podrá tener nuestro cliente. En ambos casos, las recomendaciones serán quizá bien recibidas o rechazadas por los clientes. De tal suerte el cliente podrá comentarle al sastre qué tipo de cuello prefieren la camisa, o si prefiere una camisa azul en lugar de una camisa blanca. Del mismo modo el cliente podrá señalar al abogado si prefiere un consejo de administración en vez de un administrador único, si desea que haya dos comisarios en vez de uno, solo por citar algunos ejemplos.
En resumidas cuentas, el abogado que asesore a un cliente en la celebración de un negocio deberá procurar hacer de los contratos un traje a la medida con el cual vestirá dicho negocio, analizando cada caso por separado y entendiendo que cada negocio y cada asunto, es distinto por más parecido que sean a alguno otro, así como los trajes son distintos entre ellos, pues pueden variar en la talla, en el color, en el corte, en los materiales, etc.
Por ello los abogados deben tener mucho cuidado en la manera en la que utilizan los formatos de contratos llamados en ocasiones de forma común como “machotes”, los cuales acepto que pueden funcionar si se utilizan única y exclusivamente como un simple trozo de tela jurídica a la cual se le dará forma para vestir el negocio que un cliente pretende realizar, pero jamás se deberán utilizarse como un formato de contrato, o como una prenda jurídica cuasi acabada a la cual únicamente le falta agregar algún detalle mínimo para vestir un negocio. Los formatos siempre deberán adaptarse a las necesidades, requerimientos, gustos e incluso caprichos de los clientes (cuando éstos no sean contrarios a derecho).
José Luis Mora Alba
Cofundador y Abogado Corporativo